sábado, 24 de enero de 2009



En menos de tres líneas en un mail, logró erizar mi piel, poner de manifiesto todas las expresiones de nerviosismo que yo poseía.


“Nos vemos mañana a las tres en la entrada de mi edificio. Si no vas te mato”.


Nada de saludos, ni algún tipo de despedida. Nada de buenos deseos. Nada. Un mandato con claros aires de amenaza. No reparé en compromisos que talvez existieran al día siguiente, no pensé en que decir, en que ropa llevar o que perfume usar. Solo llegué a las tres en punto y la esperé frente a la entrada principal. Ahí yo estaba con una cursi flor que corté en el camino, que a última hora decidí dejar en mi bolsillo trasero. Tres cigarros en fila y la sensación que el tiempo no transcurría.

“A las 15:17 saliste del ascensor agitada pero sin dejar de actuar indiferente. Podría jurar que me viste, mas seguiste de largo.
Tuve que callar un “hola” entrecortado que se había animado a salir. Sacaste el celular y me llamaste. Dejé sonar dos, tres, cuatro veces y al fin me animé a recorrer los diez pasos que nos separaban.
Te tomé por el brazo en un gesto bastante brusco y en silencio te alejé de la entrada. Ya de frente la una de la otra. Sonreíste al decir”:


-Sabía que vendrías
-¿Qué pasa? ¿Por qué me buscaste así?


Respondí tartamudeando, pues debo contarles atentos lectores que cuando estoy nerviosa, hablo rápido o estoy alterada, tartamudeo ridículamente, así simplemente, de forma ridícula.


-Febe, no se que me pasa contigo. Pero no sales de mi cabecita.


Pude haberle respondido que es mutuo, que jamás por otro alguien sentí la necesidad de que perteneciera, así realmente de pertenecer, aunque fuera por una noche a mi lado.


Pude haber tomado la iniciativa y golpearla con un beso que saciara mis ganas y la dejara a ella con más.


Pude haber demostrado lo que sentía, quería y deseaba en ese momento. Pero mis labios no se movieron, ni mi cuerpo, ni mis ojos.


-Me gustas Febe, aunque te metieras con mi amiga aquella noche.


Por un momento creí haber oído mal. Yo le gustaba y ella a mi me encantaba. ¿Podía ser posible? Sus ojos me miraban con una maligna ternura que jamás le había notado. Sonreí con fuerza para evitar tartamudear, hasta que con un toque de arrogancia por fin dije:


-No se que decirte cata, eres una niña.


Ante el comentario me odio, y me odié.


-Sé mucho a pesar de tener quince años.


A mi me hubiese importado un carajo si tenía quince o trece, era una niña sin duda, pero tan hermosa que al tenerla cerca solo deseabas besarla, abrazarla, protegerla. Pero estupidamente seguí la estrategia usada tantas y tantas veces con otras mujeres. Como una obra que se repite noche tras noche, con funciones extraordinarias en días festivos. Los mismos actores, los mismos guiones y los mismos aplausos terminada la función. Pude haber improvisado, haber usado un vestuario distinto o quizás interrumpir su parlamento. Pero opté por los aplausos seguros al final, opté por las escenas ya ensayadas en la que sería la estrella, desde ahora MI estrella.


Le repetí, creo, algún comentario sobre su corta edad, sin embargo pareció no parecerle argumento suficiente para retroceder en la historia que se asomaba.


Ella no dejaba de reír con todo el cuerpo y me coqueteaba, juro que lo hacia.


-Sé que también te gusto. Fue su siguiente frase y ahí me quedé completamente desnuda, sin palabras, sin gestos, ella me había descubierto. No se que parte de mí me delató pero ella se enteró. Afortunadamente sin que yo dijera ni una sola palabra.


-¿Porque lo dices?. Demoré en contestar preparando alguna expresión en mi rostro.


-Lo sé Febe, solo lo sé.


Traté de besarla varias veces, pero me encontré con aire y vacíos espacios que quedaban de ella. Quise agarrarle por la cintura, besar su cuello, oler su piel y terminar sudadas en una amplia cama. Así continuaba la obra. Pero no me dejó actuar. Ella fue director, guionista y actriz, yo apenas leía las líneas que escribió para mí.


Aquélla tarde la pasamos ella y yo lidiando entre mis ganas de lanzarme y sus ganas de contenerme.
Aquélla tarde su rostro se grabó en mi memoria al igual que su nombre, tan suave, tan dulce, tan esencialmente perteneciente a ella.


Abrió uno de esos cajones que nadie ocupa en mi corazón. Limpió los desperdicios y se quedó, instaló su morada en ese inhóspito lugar mas amplio espacio halló. Las visitas no son el fuerte de este latido orgánico.


Dos llamadas de su madre al celular terminaron con la cita. Y cuando creí no conseguiría probar sus labios ella dijo:


-“Debo irme. Te llamaré”. Y mientras mis ojos buscaban los suyos, me beso en los labios golpeándome tan suave como un ángel las puertas del cielo. Cuando apenas abrí los ojos ella subía al ascensor sonriendo.


-“Te quiero” grité, y solo alcancé a ver como su rostro perdía la sonrisa. Supongo que también el mío, aun así no dijo nada, presionó el numero diecinueve y desapareció. Yo me quedé esperando, no sabía bien qué en ese momento.


Ahora comprendo que esperaba más. Sencillamente algo más.

Borderlove [AmorSinLimite]

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