lunes, 1 de diciembre de 2008


Febe siempre tenía armado su discurso. Se lo sabía de memoria. Cada palabra, cada pausa, cada grito estaba estrictamente guionado como para no enredarse ante ningún intento de suavizar las cosas.


Las conversaciones eran tan patológicas como la relación: Todo el tiempo iban del amor al odio y del odio al amor.


Ya no había límites delineados y poco era lo que quedaba perfectamente claro: Ellas no podían mantener ningún tipo de contacto saludable. A sus diez minutos de felicidad, le seguía una eternidad de tristeza o de olvido -depende de sus respectivas miradas.


Febe y P. .. debían hacer un duelo de verdad y sostener sus decisiones para que, sencillamente, sus vidas puedan continuar. Porque el amor... No puede doler así.

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